lunes, 9 de abril de 2018

Gestión emocional

El pasado fin de semana fui a un taller de gestión emocional para padres de niños con discapacidad.
Llevé a mis padres porque me pareció una buena idea. Al fin y al cabo los abuelos son esos sufridores que están al otro lado de la barrera, a la espera de que neceesites algo y poder ayudar.
Este tipo de talleres, para mi, nunca están de más. Porque nadie está preparado para una situación así. Y hay personas que cuentan de serie con más o menos herramientas emocionales, pero aunque tengamos muchas, nunca son suficientes.
Yo creo que soy bastante realista con la situación que vivo e intento tirar para adelante con optimismo. No un optimismo que espera que de pronto la realidad cambie, que va (que ojo, he conocido padres que esperan que sus hijos curen. Aun sin estar enfermos. Su realidad no es una enfermedad y todavía no se dieron cuenta), mi optimismo va por el camino de intentar disfrutar cada día.
Pero es cierto que hay días que ni todo el optimismo del mundo funciona. Hay días que dices "mira, yo hoy paso, esto es un rollo"
La mochila que llevamos cada día los padres de niños con discapacidad pesa un poco más que la de los demás. Porque la carga emocional añade bastante peso. Esto es una realidad.
Y vives un abanico emocional grande. Y haces un esfuerzo por equilibrarlo. Pero a veces necesitamos ayuda.
Y la ayuda se puede dar a través de la empatía. Y no siempre la tenemos. Hay gente que entiende nuestra situación vital y gente que no.
Hay días que necesitamos que nos tiendan la alfombra roja. En el trabajo, los amigos... Un poco de paciencia y que entiendan que, a veces, no podemos con todo.
Tenemos un nivel de exigencia diario muy grande. Y aun así intentamos lidiar con todo tipo de relaciones sociales y estar a la altura.
No tenemos ningún día de descanso.
Y por todo esto a veces las emociones se descontrolan.
Estuvo interesante el taller de emociones. Entender lo que siento es muy útil.

Pero a veces también me gustaría que los de alrededor me entendiesen. Que me diesen un descanso.
Que se preocupasen por mi. Que me preguntasen cómo me va. Que entendiesen que yo también, a veces, lo paso mal. Que la indiferencia me hace daño.  Que yo, con todo, no puedo.
Que se pusiesen en mi lugar por un momento.
Porque cuando estás acostumbrado a que alguien te de sin esperar nada a cambio, no lo valoras.
Y hay pequeñas cosas, casi estúpidas, que a las personas que somos hipersensibles, nos hacen mucho daño.
Porque a veces tenemos que gestionar emociones tan grandes que las pequeñas ya no sabemos. En esas estoy a la deriva. Dependiendo de la buena fe de la persona que tengo al otro lado de la conversación.



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