sábado, 29 de diciembre de 2018

El columpio adaptado

Tenemos la suerte (vaya cosas considero suerte) de que cerca de casa hay un parque con un columpio adaptado para problemas de movilidad. Este parque ya hace tiempo que tiene ese columpio, que se puso gracias a la donación de un vecino (que narices, que no fue el ayuntamiento quien lo puso, lo pagó un chico que se hizo la pregunta de por qué no había ese columpio en un parque grande). Pero el columpio hace un tiempo desapareció porque se rompió.
No es verdad, no se rompió, lo rompieron. No fue en un acto vandálico, fue por el mal uso. Iba al parque y me encontraba que en el columpio adaptado había subidos unos tres o cuatro niños (sin problemas de movilidad) a la vez. En el asiento, trepando al respaldo.... El columpio no aguantó tanto peso tantos días y se rompió. El ayuntamiento lo quitó y se acabó.
Ahora hicieron una reforma en el parque. Lo dejaron alucinante. Si yo tuviese nueve años no querría salir de ahí. Hay un pedazo tobogán con tubo que para llegar a él tienes que trepar por un montón de cosas, hay camas elásticas, columpios, hasta un pequeño rocódromo. Impresionante. Hay un montón de cosas donde cualquier niño sin problemas de movilidad lo puede pasar de maravilla. Y lo mejor, el columpio adaptado ha vuelto. Allí está, nuevo y amplio.
Retoño, de un parque, es lo único que puede usar. El columpio es grande y con un respaldo que me permite colocar allí fácilmente a mi hijo y que se quede sentado sin riesgo de caerse. Retoño no puede sentarse en un columpio normal porque sería lo mismo para él que si a mi me pidiesen que hiciese una actuación del Circo del Sol (oh my God, los he ido a ver hace una semana y sigo boquiabierta. No salen de mi cabeza). Pues eso, que Retoño no tiene equilibrio para mantenerse en ningún columpio que no sea adaptado.
Bajamos al parque estos días. Senté a Retoño en el columpio. Se le puso una sonrisa de oreja a oreja mientras entrecerraba los ojos. Me gusta poder llevarlo al parque y que disfrute como niño que es.
Bajé a Retoño y lo senté en su silla, di un paseo alrededor del parque y antes de irnos miré al columpio. Había tres niños sentados encima.
Los niños no tienen culpa. Lo más seguro es que no sepan ni porque ese columpio es así. Pero los padres sí lo saben. Y sería una buena oportunidad para enseñar respeto y empatía.
Porque el día que el columpio se rompa otra vez todos esos niños pueden seguir yendo al parque sin problema y divirtiéndose en los demás columpios y actividades.
Pero mi hijo no, no habrá ni una sola cosa en el parque en la que podrá subirse.
Y no sabeis lo que me cabrea esto.

martes, 25 de diciembre de 2018

Día de Navidad

Son las doce de la mañana del día de Navidad. Retoño sigue durmiendo. Mihombre ha salido a casa de sus padres.
Retoño y su padre se retiraron antes porque a Retoño se le cerraban ya los ojos de sueño. Yo me quedé hasta tarde, de lo que hoy me alegro porque no nos pudimos reir más. La cantidad de anécdotas que se contaron fue apoteósica. Como eran historias de hace más de treinta años había distintas versiones de lo que había pasado. Lo que es la memoria. Aunque me fio más de la de mi tío que de la de mi madre.
Está claro que nosotros no somos como las familias del anuncio de Ikea. Mis primos y yo nos sabemos hasta la historia del accidente de coche de mis abuelos cuando sus hijos eran pequeños. Según mi madre la señora del coche contrario sufrió una amputación de brazo. Según mi tío fue una dislocación de hombro. La segunda versión es más creíble.
Apagué el móvil a las siete de la tarde. Justo antes de salir para casa de mis padres.
A la tarde, antes de esa hora, llevé a Retoño a un cuenta cuentos. Llegó un momento en el que sufrí saturación de canciones y nos fuimos.
Este año estamos de vacaciones de Navidad, porque al haber empezado Retoño el cole los tiempos se miden por calendario escolar.
Un trimestre que ha volado. Que después de los inicios complicados he acabado disfrutando. Y que ahora me siento feliz porque han llegado estas vacaciones. Porque me encanta tenerlo durmiendo por la mañana en cama, sin tener que despertarlo. Dejándolo con su ritmo. Con un día nuevo por delante en el que le puedo preguntar ¿qué hacemos hoy? Podemos ir a ver luces, ir al Belén, pasear por las calles en los pocos momentos del año en los que en este lugar nuestro se ve gente. O podemos quedarnos en casa jugando.
No hay horarios, es genial. Tenemos tiempo para hacer un montón de cosas. Y para no hacer nada.

martes, 18 de diciembre de 2018

En la calle solas

Ir sola por la noche me da miedo. Luego pienso que vaya tontería, que vivo en un sitio donde nunca pasa nada. Pero de repente me acuerdo que a 16 kilometros de mi casa asesinaron a una mujer mientras daba un paseo y nunca se detuvo al culpable.
Me acuerdo también del día que volviendo de la universidad a las nueve de la noche un coche me siguió, me interceptó el paso y se bajo un hombre de dicho coche. Se fue porque timbré en la puerta de unos vecinos. Llegué a casa temblando.
Llevo el móvil en la mano cada vez que camino por la noche.
Y si me cruzo con un grupo de chicos no me siento igual de tranquila que si me cruzo con chicas.
Cuando quedo a cenar con una amiga le digo que me avise cuando llegue a casa.
Tengo una amiga que dice que no le da miedo ir sola por la noche. Pero luego admite que cruzar el túnel subterraneo que tiene que pasar para llegar a su casa le provoca taquicardia.
Mi madre me pide que le mande un wasap cuando ya esté en casa cada vez que salgo. Aunque hace más de diez años que he dejado de vivir con ella. Aunque sólo vaya de su casa a la mia. Le da hasta miedo el garaje.
Al principio pensaba que era cosa mia, que era miedica, que eramos una familia de histéricas, partiendo de mi abuela que nos metia en la cabeza que el mundo exterior era peligroso.
Luego entendí que eramos muchas las que sentíamos ese miedo. Y que ese miedo es real. Porque las chicas que aparecen en las noticias son como nosotras. Y sentimos que lo que le ha pasado a Laura nos podía ocurrir a cualquiera. Y antes de Laura hay más nombres que llevamos todas en la cabeza.
Le empecé a preguntar a amigos si a ellos les daba miedo volver a casa por la noche. Me contestaron que no. ¿Miedo de qué?
Pero nosotras sí. Sentimos inseguridad. Sentimos miedo. De cruzarnos con la persona equivocada. De sufrir una violación. De que nos maten. Sólo por el hecho de ser mujeres. Y salir a la calle solas.