Grita. Mientras el mundo continua cogiendo velocidad y tu quieres quedarte parada. Cierra los ojos y deja que la lluvia te moje hasta que consiga ahogar tu enfado. Muerdete el puño hasta que quede la marca de tus dientes en tu piel. Sal corriendo, corre sin parar hasta quedarte sin aire.
Has despertado del sueño en el que has pasado tiempo sumergida. Y ya no crees en las normas que giran el mundo. Tus viejas creencias han quedado sepultadas bajo el peso de los desengaños. La vida te ha estafado.
Pero en vez de rendirte le haces un corte de mangas. Le echas la lengua y le dices "que te den".
Y sigues. Con tu nueva versión. Una que te gusta más. Porque descubres que no puedes buscar fuera lo que necesitas. Porque lo que necesitas está dentro de ti. Y con eso pones una media sonrisa, entrecierras los ojos y ves a la gente que continua sumergida en ese sueño infinito, del que quizás tengan la buena o mala suerte de no tener que despertar jamás.
Llevas cicatrices invisibles que sólo tu puedes ver. Pero las acaricias cuando te quedas a solas. Las amas. Puedes contar la historia de cada una de ellas. Puedes escupir encima de lo que te las provocó.
Y sabes que la vida es finita. Que sólo vas a estar aquí un rato. Y que todo lo que te pase es circunstancial. Que nadie puede enjaular tu mente. Ni tu alma. No deseas nada, al mismo tiempo que deseas todo. Más sonido, más color, más besos apurados, más miradas, más risas, más mordiscos. Más tiempo, más aire. Estar en lo alto de un acantilado y que el viento te atraviese. Estar en el fondo del agua hasta que pienses que los oidos te estallan.
Sientes que estas despierta mientras los demás caminan sonámbulos a tu alrededor.
Y te preguntas si existen otros noctámbulos como tu. Que gritan en silencio y a cámara lenta.
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