Estoy en cama con Retoño. Mi intención era dormirlo, pero no tiene ni pizca de sueño. Seguramente tenga yo más que él. Mientras yo lo miro asombrada él mira asombrado una bombilla. Le balbucea a la bombilla. Y si deja de mirarla es para morder la sábana.
Yo mientras tanto, en mi asombro, pienso "madre mía, como me ha cambiado la vida", antes, que quitando las horas de trabajo, tenía todo el tiempo del mundo para mi.
Hay cosas de ser madre que nadie te cuenta, lees revistas y libros e idealizas el momento. Antes de tener hijos eres la madre más guay y con más paciencia del planeta. Piensas que en el momento en que nace os mirareis a los ojos y que caereis rendidos de amor.
La realidad es que lo tienes en brazos y sí, te mueres de amor. Y también te mueres de miedo. Llegas a casa con él y tu mayor preocupación es mantenerlo con vida. Piensas que se te va a morir de hambre o que se va a tapar con la sábana y se va a ahogar.
Si lleva varias horas dormido y no despierta para comer, te preocupas.
Si lleva muchas horas despierto y no se duerme, te preocupas.
Si hace mucha caca o no hace, te preocupas. Si cambia de color o textura, no paras de mirar pañales.
La primera noche en casa enciendes la luz miles de veces para comprobar si respira.
Tienes miedo de que se te caiga de una altura, o de los brazos.
Si no coge peso, te preocupas.
Te preguntas si la placenta no tendría un código encriptado que tenías que haber resuelto tras el nacimiento y que serían las instrucciones de cómo funciona un bebé.
Y esto piensas que sólo son los primeros meses. Que va, luego vienen nuevas cosas que te preocupan. Y si el niño tiene una alteración en el desarrollo como nuestro caso, esto es ya una verbena de preocupación.
Pero ahora lo miro, asombrada, y pienso "pues sólo se me cayó una vez de la cama", "he conseguido que coma todos los días"
Anda, pues que bien lo hago. Hemos sobrevivido todos durante dos años.
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