Cuando tienes un niño con discapacidad los tiempos cobran otra dimensión. Se te pasa el tiempo muy rápido porque tienes un montón de terapias a las que ir, consultas y cosas para trabajar en casa. Pero a la misma vez, el tiempo se dilata. Porque los hitos del neurodesarrollo se espacian en el tiempo, no sabes cuando llegará el siguiente, o incluso si llegará, así que te sientes en una burbuja temporal.
Cinco añitos pequeñitos, decimos que tiene.
Ahora podría estar enseñándolo a jugar a la oca, pero la realidad es que estoy intentando que descubra la causa-efecto. Es un poco más aburrido, a veces noto que me canso mentalmente. El tiempo nos tiene atrapados. Pero también transcurre sin cesar.
Cuando veo que jugar con mi hijo se convierte en un trabajo, que me agota, que no lo disfruto, paro.
Y dejo que se ocupe mi parte emocional de su cuidado.
Lo observo mientras duerme porque me gusta escuchar su respiración.
Lo sigo mientras gatea.
Le preparo juegos en el agua.
Vemos Peppa Pig.
Le mordisqueo las mejillas hasta que se ríe.
Le hago sonidos hasta que deja de respirar de las carcajadas.
Le hago cosquillas.
Metemos las manos en un cuenco de habas.
Lo dejo que tire todos los libros de la estantería a la que llega.
El tiempo se alarga y se encoje. No sabemos que pasará con los hitos del neurodesarrollo. Pero estamos juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario