Quiero que sea verano otra vez.
Las palabras vacaciones y desconexión han cobrado todo el significado del mundo este verano.
Después de un año un tanto revuelto el verano fue como un paréntesis de preocupaciones y obligaciones.
Y digo paréntesis porque ha sido acabarse el verano y volver al mundo real:
A luchar por los apoyos educativos. Tengo un informe del equipo de orientación específico con las necesidades educativas de Retoño que no sirve para nada ya que no le han asignado el profesional que requiere y ni inspección educativa me sabe explicar qué está pasando. Estoy dedicando tanto tiempo a este tema que mentalmente estoy agotada. Con ganas de llorar. De tirar la toalla.
Al agotamiento de volver a un millón de horas de terapias otra vez. Con ganas de llorar también porque a veces me pregunto si tanto esfuerzo nos va a llevar más lejos.
Harta de que me duela la espalda. Lo que daría a veces porque Retoño caminase. Y aun daría más porque Retoño me entendiese lo que le digo. Y mucho más aun por oir la palabra mamá.
Quiero que sea verano otra vez porque en verano nada de esto ocurría.
En verano no existe el colegio, las terapias quedan un poco en suspenso, en la arena da igual que no camines porque al agua puedes llegar gateando.
Y realmente no sé qué pasó en verano pero fue como si mi hijo y yo estuviésemos más conectados que nunca. No nos hacían falta las palabras que ahora echo de menos.
Eramos él y yo y la playa. Y no necesitábamos nada más.
Nunca en mi vida pasé un verano como este. No pudo ser mejor. Estuvimos de veraneo en el paraíso y ahora me siento como Eva recién expulsada del Edén.
Tuvimos de banda sonora a los abejorros por la mañana y a los grillos por la noche.
De horizonte el mar. Arenas en los pies todo el día. Mariposas y lagartijas por todos lados.
Y lo mejor, que estuvimos rodeados de personas increíbles que no conocíamos de nada y que nos hicieron sentir como si estuviesemos en un campamento de verano.
Quiero que sea verano otra vez. A no tener nada que hacer. A bajar a la playa sin límite de tiempo. A las siestas en la hamaca. A los desayunos al aire libre. A ver a Retoño disfrutar en la playa. A dejar las preocupaciones en el armario de invierno.
Ha sido un verano tan increíble que ahora dudo de si ha sido real. De si realmente existe esa casa amarilla al fondo del camino de la playa que nos ha regalado tan buenos recuerdos estas vacaciones.
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