Son las doce de la mañana del día de Navidad. Retoño sigue durmiendo. Mihombre ha salido a casa de sus padres.
Retoño y su padre se retiraron antes porque a Retoño se le cerraban ya los ojos de sueño. Yo me quedé hasta tarde, de lo que hoy me alegro porque no nos pudimos reir más. La cantidad de anécdotas que se contaron fue apoteósica. Como eran historias de hace más de treinta años había distintas versiones de lo que había pasado. Lo que es la memoria. Aunque me fio más de la de mi tío que de la de mi madre.
Está claro que nosotros no somos como las familias del anuncio de Ikea. Mis primos y yo nos sabemos hasta la historia del accidente de coche de mis abuelos cuando sus hijos eran pequeños. Según mi madre la señora del coche contrario sufrió una amputación de brazo. Según mi tío fue una dislocación de hombro. La segunda versión es más creíble.
Apagué el móvil a las siete de la tarde. Justo antes de salir para casa de mis padres.
A la tarde, antes de esa hora, llevé a Retoño a un cuenta cuentos. Llegó un momento en el que sufrí saturación de canciones y nos fuimos.
Este año estamos de vacaciones de Navidad, porque al haber empezado Retoño el cole los tiempos se miden por calendario escolar.
Un trimestre que ha volado. Que después de los inicios complicados he acabado disfrutando. Y que ahora me siento feliz porque han llegado estas vacaciones. Porque me encanta tenerlo durmiendo por la mañana en cama, sin tener que despertarlo. Dejándolo con su ritmo. Con un día nuevo por delante en el que le puedo preguntar ¿qué hacemos hoy? Podemos ir a ver luces, ir al Belén, pasear por las calles en los pocos momentos del año en los que en este lugar nuestro se ve gente. O podemos quedarnos en casa jugando.
No hay horarios, es genial. Tenemos tiempo para hacer un montón de cosas. Y para no hacer nada.
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