Entre las cosas que me gustan están los pequeños rituales. Esos actos que te obligan a detenerte un poco y dedicarte tiempo a ti misma.
Puede ser cualquier "tontería" que te ayude a frenar un poco. Como sacar la tetera.
Cuando Retoño tenía un año descubrí que existían infusiones más allá de la manzanilla. Y que las que vendían a granel requerían un mínimo de dedicación, algo más que meter la bolsita en la taza y listo.
Entonces me compré la tetera. Hacerse una infusión no tiene ningún misterio, lo sé. Pero en ese momento (Retoño apenas tenía un año, eran momentos de adaptación...) me obligaba a tomar sólo consciencia del momento de elaboración de la infusión. Poner la tetera al fuego, echar las cucharadas necesarias del té o infusión previamente escogido, esperar el siseo del agua hirviendo, ese pitido de la tetera que me hacía sentir con los pies en casa, protegida. La espera de la infusión y tomarla después, sin pensar en nada.
Algo tan sencillo como esto eran a lo mejor los únicos diez minutos que mi mente conseguía estar quieta en un día entero.
Así como el momento en que iba a comprar las infusiones, que se convertía en algo muy agradable, oler los distintos tés y pensar cual me apetecía probar. Pensar en ese momento de satisfacción que me iba a dar.
Por eso este ritual se convirtió en algo tan importante para mi durante unos meses.
Luego con el tiempo, mi cabeza empezó a estar calmada, me regalaron un hervidor de agua eléctrico, la necesidad de ese ritual disminuyó y la tetera acabó al fondo del armario.
Pero hoy he vuelto a sacar la tetera. He abierto el cajón de las infusiones. Y me he sentido reconfortada.
Sin darme cuenta creé un ritual al que puedo ir y sentir una sensación agradable. Darme cuenta que en un momento de caos logré tomar el control de la situación. Sentirme reconfortada cada vez que escucho ese pitido inconfundible y luego pararme. A saborear. La infusión. Ese momento.
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